sábado, 24 de noviembre de 2012

Dánae

Dánae era una princesa de la ciudad de Argos, hija de Acrisio y Aganipe. Como descendiente del soberano, resultaba natural que se casara y diese a luz un heredero para la corona, una vez falleciese su abuelo. Desgraciadamente para el monarca, un oráculo lo informó prontamente de que el niño que daría a luz su hija lo destronaría y, por si esto fuera poco, acabará con su vida. 
Acrisio, muy preocupado por el oráculo -las profecías y los designios de los dioses no eran un tema para bromear-, tomó una drástica decisión para evitar que éste se cumpliese: resolvió no permitir que su hija se casase y cuidar de que permaneciese virgen. Para esto, la encerró en una habitación y prohibió que hombre alguno se acercase a ella.
Para su desgracia, el soberano no contaba con la voluntad contraria de los dioses y, contrariamente, del rey de las divinidades: el mismo Zeus. Éste se enamoró de la muchacha y en ningún momento se le pasó por la cabeza la posibilidad de renunciar a los deseos. Como ya había hecho en otras ocasiones, decidió no presentarse tal cual era, sino que descendió en forma de lluvia de oro sobre Dánae, dejándola encinta.

Cuando Acrisio tuvo noticia del embarazo de su hija, no sintió precisamente alborozo al pensar que iba a ser abuelo, sino que montó en cólera y llegó a culpar a su hermano de lo sucedido, puesto que no se hallaba dispuesto a creer que el niño que su descendiente llevaba en el vientre era hijo de Zeus.

Así pues, aguardó pacientemente a que Dánae diese a luz y, en un gesto de inusitada crueldad, ordenó que madre e hijo fuesen encerrados en un arcón de madera. No mostró un ápice de piedad hacia la pobre muchacha, y el mueble, con sus dos familiares dentro, fue arrojado a las aguas del mar donde, suponía Acrisio, ambos se ahogarían y nadie amenazaría ya su trono.

Los designios de los dioses eran distintos. Dánae y su bebé, Perseo, tuvieron la buena fortuna de que unos pescadores hallasen la caja con ambos dentro y los rescatasen. Después de esto, fueron llevados al lugar del que procedían los pescadores (reino de Sérifos), donde se hospedaron en el hogar del dirigente: Polidectes. Éste no tardó en tratar de seducir a la joven Dánae, fingiendo estar enamorado de la princesa Hipodamía. Fue entonces cuando Perseo, imitando a los que le ofrecían regalos para que conquistase a la bella princesa, le prometió traerle la cabeza de la gorgona Medusa. Polidectes no cupo en sí de gozo: de todos eran sabido que aquella misión era imposible de cumplir para un mortal. Pero Perseo era el inteligente hijo de un dios.

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